Transformación Agropecuaria Argentina: Del Predominio Ganadero a la Expansión Agrícola (1852-1914)

Contexto Histórico: Argentina antes de la Revolución Agrícola (1852-1880)

Entre los años 1852 y 1880, nada hacía presumir que Argentina produciría una revolución en la agricultura como la que se gestó a partir de este último año. Desde la Batalla de Caseros hasta 1880, la ganadería continuó siendo la fuente productora básica, a tal punto que en 1880 el 89,5% de nuestras exportaciones eran de origen ganadero, y solamente el 1,14% tenía procedencia agrícola.

Durante ese período (1852-1880) sí hubo novedades en el campo ganadero: el crecimiento notable del sector lanar en relación con el vacuno. Este fenómeno ya venía ocurriendo desde la época de Rosas: en 1850 se exportaron más de 7.000 toneladas de lana, cifra que para 1875 ascendía a más de 90.000. Hacia 1852, las exportaciones de lanas representaban un valor equivalente a la cuarta parte de las exportaciones vacunas; en 1862 se habían equiparado, y en 1872 los valores de las exportaciones de lanas ya superaban entre un 50% y un 60% a los de las exportaciones vacunas [733]. Continuó el alambrado de los campos, la mestización, aparecieron las zonas de invernada, y el vacuno se desplazó hacia el sur, dejando para el sector lanar y el cultivo de cereales las zonas cercanas al puerto de Buenos Aires.

En el ámbito agrícola, en 1874, Argentina todavía importaba trigo. Pero a partir de este año, la producción de ese cereal comenzó a crecer, y en 1880 las colonias agrícolas establecidas especialmente en Santa Fe y, en menor medida, en Entre Ríos, abastecían plenamente el mercado local. En dicho lapso también se observó un crecimiento en la producción de maíz.

La Cuestión de la Propiedad de la Tierra y su Impacto (1880-1914)

En el período 1880-1914, si bien hubo cambios notables en la ganadería, la mutación radical se produjo en la agricultura. Antes de analizar la evolución de estas fuentes de producción, se presentarán algunos datos relativos a la propiedad de la tierra, dada su influencia en la producción agrícola-ganadera.

La Ley de Colonización n.º 816, dictada en 1876, generó las siguientes consideraciones de Scobie: «Determinadas cláusulas permitían a las compañías colonizadoras privadas elegir, deslindar, subdividir y colonizar tierras por su propia cuenta. Sin embargo, los especuladores utilizaron estas cláusulas, en especial la última, para convertir la Ley Avellaneda en una burla. Durante sus veinticinco años de existencia, solo 14 de las 225 compañías colonizadoras que recibieron concesiones de tierras cumplieron con las exigencias de colonización y subdivisión» [734].

La necesidad de financiar la Campaña al Desierto provocó la sanción de otra ley en 1878, que permitió el traspaso al dominio de particulares de inmensas extensiones de tierra. Dado que no se puso coto a la posibilidad de adquisición por persona y los precios fueron irrisorios, hubo quienes se vieron favorecidos con enormes cantidades de hectáreas. Una subasta pública de tierras ordenada en 1882, con un tope máximo de 40.000 ha por cada comprador (hábilmente eludido por los especuladores que apelaron a nombres o agentes ficticios), continuó con la tónica de fraudulenta liquidación de la tierra pública. Cárcano afirma que «con la mejor intención se iba a proteger el latifundio», y más adelante añade: «en verdad, lo que existía, fue una manifiesta incapacidad en el Poder Ejecutivo y hábiles maquinaciones de un grupo de especuladores influyentes que habían resultado concesionarios» [735].

Esta tendencia fue confirmada por una nueva ley nacional, dictada en 1884, que, aunque destinada a proteger los derechos de los ocupantes de extensiones anteriores a la Ley de 1878, fue deficientemente reglamentada. Esto permitió las maniobras de concesionarios que no tenían los medios suficientes para colonizar, y de audaces favorecidos por créditos bancarios liberales, quienes lograron acaparamientos considerables. Según Cárcano: «Así pasaron al dominio privado cerca de 3.300.000 ha. El Gobierno, con absoluto desconocimiento de la tierra pública que poseía, era el único y principal causante de estos abusos, desvirtuando en una práctica deplorable los buenos conceptos que encerraban sus leyes» [736].

En 1885, premiando a los protagonistas de la Conquista del Desierto con inmensas extensiones, se dictó la Ley Nacional n.º 1.628. Los herederos de Adolfo Alsina recibieron 15.000 ha, y otros fueron favorecidos con 8.000 o 5.000 ha. El insospechable Cárcano manifiesta: «Esta ley no ponía el suelo en manos del trabajador… Los derechos de los agraciados fueron cedidos invariablemente al especulador, quien, abusando del título negociable, los acumulaba sin recelo… Llegaron a acumularse en una sola mano lotes de hasta 60.000 ha» [737]. El presidente de la República, General Roca, recibió como regalo de la provincia de Buenos Aires 20 leguas cuadradas [738]. No todo terminó aquí; Cárcano continúa: «La sucesión de leyes agrarias dictadas desde 1876 parecía no haber colmado la demanda de la tierra, ni los deseos del Poder Ejecutivo por distribuirla con mayor abundancia… El decreto del 21 de septiembre de 1889 y la ley del 15 de octubre, que lanzaron al mercado 24.000 leguas de tierra a dos pesos la hectárea para ser vendidas en las principales ciudades de Europa, fue un claro exponente de este estado de cosas» [739].

Con estos antecedentes, no es raro que en 1903, según Scobie, «toda la región de la Pampa había pasado hacía ya tiempo a manos privadas, para ser retenida en ellas con vistas a la especulación, la inversión o el prestigio, pero no para convertirse en propiedad de quienes cultivaban la tierra», siendo imposible para los gobiernos nacionales o provinciales «formular una política de tierras adecuada a las necesidades del inmigrante o del pequeño agricultor. Los gobiernos ya no poseían tierras en las zonas agrícolas» [740]. Cárcano señala otro aspecto: «La gran afluencia de inmigración después de 1885 halló al gobierno sin suficiente tierra para ubicarla. En los territorios nacionales, vírgenes de exploraciones y mensuras, la especulación y el latifundio se desarrollaban al amparo de las grandes concesiones. No se admitía al pequeño propietario»; y añade: «…el derroche de la tierra pública… 30.000.000 de hectáreas de campo entregadas a los particulares y numerosos abusos que no pueden defenderse…» [741].

Monopolizada la tierra, pues, no es raro que en cada censo se notara un aumento de arrendatarios y medieros en la explotación agrícola: en 1895, el 39,3% de las chacras eran cultivadas por quienes no eran propietarios; en 1914, la cifra alcanzó el 49,5% [742]. Se imponía así una de las peores formas de trabajo de la tierra, fruto de una política desacertada.

La Eclosión Agrícola en Argentina (1880-1914)

No obstante, a partir del ’80 se asistió a una eclosión de la agricultura. Muchos fueron los factores que se conjugaron para contrarrestar las magras condiciones de posesión de la tierra por parte de los agricultores:

  • a) La pacificación de la Pampa Húmeda, disipado a partir de ese año el peligro del malón indio.
  • b) La propia calidad de las tierras de esa inmensa planicie, con su preciosa capa de humus, su clima templado y sus lluvias superiores a los 600 milímetros anuales: una de las manchas verdes más extensas y apropiadas para la agricultura del planeta.
  • c) La proliferación de mano de obra agrícola, que llegó en masa impresionante al país, precisamente a partir de 1880.
  • d) El vuelco en el transporte con la aparición en la República de la tracción a vapor: por tierra, con el ferrocarril, que hizo posible el traslado de mercaderías en volumen apreciable, como requiere el cereal, desde zonas lejanas a los puertos de embarque; por agua, con el buque a vapor, que permitió el traslado económico de abundantes masas de cereales a Europa, algo que no se habría podido efectuar con la navegación a vela.
  • e) El perfeccionamiento de instrumentos para la explotación que nuestro país comenzó a importar de Europa y Estados Unidos: maquinaria agrícola, galpones, molinos, tanques australianos, tractores, etc.
  • f) Los avances en el cercado de los campos con alambrados que imposibilitaban que el ganado irrumpiera destructivamente en los sembrados.

Así, el número de hectáreas sembradas, que en 1875 llegaba a 340.000, ascendió a 2,5 millones en 1888; a 5 millones en 1895; a 12 millones en 1905; y alcanzó los 24 millones en 1914. Los principales rubros agrícolas explotados fueron el trigo y el maíz, cuyos precios, en general, mejoraron en el mercado internacional durante esta etapa. A partir de 1900 se agregaron la alfalfa (para alimento del ganado fino) y el lino. Las exportaciones de cereales, que en 1880 cubrían el 1,4% del total, en 1890 representaban el 25,4%, y en 1900, el valor de las exportaciones de cereales, ya con un 50,1%, superaba al de las exportaciones ganaderas. En 1912 se alcanzó el 57,9% [743].

Transformación de la Ganadería y la Industria Frigorífica (1880-1914)

En el rubro ganadero, los cambios que se operaron fueron considerables. Hasta 1895, en las exportaciones siguieron predominando las lanas, el tasajo y los cueros, con un bajo índice de mestización del vacuno, aunque no así del ovino. Pero a fines de la presidencia de Avellaneda apareció el proceso que permitiría el congelado primero, y luego el enfriado de las carnes. Esto revolucionaría el panorama de la ganadería argentina.

Los primeros frigoríficos aparecieron en 1883; sin embargo, entre 1890 y 1900, lo que creció fue la exportación argentina de animales en pie a Inglaterra, un comercio en el que Estados Unidos nos superaba por su proximidad, dado que el flete era más económico y los animales llegaban en mejores condiciones.

Recién a partir de 1900, comenzó a crecer la exportación argentina de carnes congeladas, primero de ovinos y luego de bovinos. Ya hacia 1905 se insinuaba que Argentina podría desplazar la preponderancia de Estados Unidos en el envío de carnes congeladas, lo que se hizo evidente en 1911. Para tener una idea del aumento de la exportación de carne congelada, cabe señalar que en 1899 se exportaron más de 2 millones de pesos oro en ovinos congelados, y en 1911 se alcanzó el pico, con más de 10 millones de esa moneda. La exportación de bovino congelado, que en 1899 no llegaba al medio millón de pesos oro, en 1908 superaba los 17 millones de esa divisa, y en 1913 alcanzaba los 59 millones. Durante la guerra, en 1916, por ejemplo, se exportaron 94 millones de pesos oro.

A partir de 1908, se comenzó a observar la exportación de carne enfriada, o «chilled beef», es decir, carne a 2 o 3 grados bajo cero, mientras que la carne congelada lo era a unos 20 grados bajo cero. Con el enfriado se logró conservar el sabor de la carne fresca hasta cuarenta días después de su preparación, lo que permitió su llegada al mercado inglés. Poco a poco, las cifras de la exportación de «chilled beef» aumentaron notoriamente: llegaron a 625.000 pesos oro en 1908, a más de 8 millones en 1914, y con el tiempo, ya durante la presidencia de Alvear (1925-1929), superarían la exportación de carne congelada [744].

Las fuertes exportaciones de carne congelada y enfriada exigieron una mayor mestización del ganado. En 1888, apenas el 20% de los vacunos se había cruzado; en 1895, la cruza era del 35% y siguió en aumento. Proliferaron los alfalfares y el cultivo de avena, con un gran incremento de las hectáreas sembradas con esos alimentos para el ganado fino. Apareció el especialista en el engorde y mejoramiento del ganado vacuno: el invernador, poseedor de buenos campos alfalfados cercanos a los frigoríficos. Este compra ganado a los criadores (en general de menor capacidad financiera), engorda dichas reses y luego las vende a las compañías frigoríficas. El negocio ganadero se hizo más complejo con la aparición de este intermediario.

Así como la actividad exportadora de cereales cayó en buena proporción en manos de pocas firmas –Bunge y Born, Dreyfus, Weil Brothers, Huni y Wormser– el comercio exportador de carnes fue detentado casi exclusivamente por frigoríficos británicos y norteamericanos. Esto se debió, en parte, a que Estados Unidos fue perdiendo el mercado inglés en la exportación de animales en pie; en parte, a que en ese país se había dictado una ley contra los trusts; y, finalmente, a que la mano de obra argentina era más barata. Se observa a partir de 1907 que Swift y Armour compraron frigoríficos en Argentina y les hicieron la competencia a los británicos, lo que en una primera etapa benefició a los productores argentinos con mejores precios. Pero en 1912, 1913 y, finalmente, en 1915, ambos grupos de frigoríficos (norteamericanos e ingleses) se repartieron las cuotas de exportación, más o menos por mitades, con un leve predominio de uno u otro de los grupos según el año.

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