Sostenibilidad y Transformación del Campo Español: Desafíos Actuales y Evolución Histórica

Retos de Sostenibilidad en los Espacios Rurales Españoles

La sostenibilidad en el medio rural español atraviesa un momento decisivo. A lo largo de las últimas décadas, estos territorios han experimentado transformaciones profundas que han puesto en evidencia una serie de desafíos interconectados. Factores demográficos, económicos, medioambientales y de gobernanza se entrelazan, generando una situación compleja que exige respuestas integradas y a largo plazo. Si entendemos la sostenibilidad como la capacidad de satisfacer las necesidades actuales sin comprometer las de las generaciones futuras, entonces es imprescindible abordar cinco grandes retos que marcarán el porvenir de nuestros pueblos:

  • el desequilibrio demográfico,
  • la diversificación económica,
  • la conservación de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos,
  • la ordenación del uso del suelo hacia modelos agroecológicos, y
  • la mejora de la gobernanza territorial y de las infraestructuras básicas.

Solo desde una mirada global y comprometida será posible revertir las vulnerabilidades actuales y convertir el medio rural en un espacio lleno de oportunidades, donde la herencia natural y cultural se transforme en motor de futuro.

1. Desequilibrio Demográfico: Despoblación y Envejecimiento

Uno de los problemas más visibles —y a la vez más difíciles de revertir— es el demográfico. Muchos municipios rurales llevan décadas perdiendo población de forma constante. Cada vez hay menos jóvenes, nacen menos niños y aumenta el número de personas mayores. Esta tendencia se traduce en escenas que ya forman parte del imaginario colectivo:

  • calles vacías al atardecer,
  • escuelas con apenas un alumno,
  • centros de salud que solo abren unos días a la semana, y
  • tiendas de toda la vida que cierran por falta de relevo.

Pero más allá de lo simbólico, esta pérdida de población tiene consecuencias muy reales. Se debilita el tejido social, los ayuntamientos ven reducidos sus ingresos y, con ellos, su capacidad para mantener servicios básicos. Las tradiciones, los saberes ligados al territorio y la vida comunitaria se ven amenazados. Además, el envejecimiento de la población complica aún más las cosas: no hay suficientes personas jóvenes dispuestas a quedarse o volver, y quienes permanecen se enfrentan a la jubilación sin que nadie tome el relevo en las explotaciones agrarias o en los pequeños negocios. A esto se suma una dimensión menos visible pero igualmente preocupante: la feminización de la despoblación. Las mujeres jóvenes, en muchos casos, encuentran más dificultades para acceder a empleos estables en el medio rural, y suelen tener menos opciones para conciliar la vida laboral y familiar. Esto las empuja a quedarse en las ciudades, incluso cuando sus parejas podrían regresar al campo. El resultado es una doble dependencia: económica, al depender del salario de la pareja, y social, al asumir en solitario las tareas de cuidado. La pérdida de mujeres en el entorno rural no es solo una cuestión de números, sino de cohesión social y de futuro. Superar este reto requiere políticas valientes y con perspectiva de género:

  • apoyo específico a mujeres emprendedoras,
  • creación de servicios como guarderías rurales, y
  • acceso a formación que permita compatibilizar la vida personal con un proyecto profesional viable en el territorio.

2. Diversificación Económica: Más Allá de la Agricultura Tradicional

Durante mucho tiempo, la economía rural ha estado fuertemente ligada a la agricultura y la ganadería tradicionales. En muchos casos, incluso, a un solo cultivo o tipo de producción. Esta especialización, aunque en su momento fue rentable —gracias a las ayudas públicas o a las denominaciones de origen—, hoy se ha convertido en una fuente de vulnerabilidad. El cambio climático, la volatilidad de los precios internacionales o la aparición de plagas pueden arruinar una campaña entera y dejar a las familias sin ingresos. Por eso, diversificar la economía rural es una necesidad urgente. Incorporar nuevas actividades que complementen —y no sustituyan— a la agricultura puede abrir nuevas vías de desarrollo. El turismo rural, el agroturismo, la producción ecológica, la artesanía local o las pequeñas industrias agroalimentarias son ejemplos de sectores que pueden generar empleo y riqueza. Pero para que esta diversificación sea efectiva, no basta con tener buenas ideas: hace falta formación, asesoramiento técnico, apoyo institucional y redes de colaboración entre productores, asociaciones y administraciones. Eso sí, diversificar no significa lanzarse a cualquier actividad sin planificación. Hay ejemplos de pueblos que han apostado por el turismo sin medir bien sus efectos, y han acabado con:

  • precios de alquiler disparados,
  • tensiones por el uso del agua, o
  • conflictos entre residentes y visitantes.

Por eso, es fundamental que la diversificación se haga desde una lógica de sostenibilidad: respetando el entorno, fomentando prácticas de bajo impacto y asegurando que los beneficios se repartan de forma justa entre quienes viven y trabajan en el territorio.

3. Conservación de la Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos

El tercer gran reto alude a la conservación de la biodiversidad y a la salvaguarda de los servicios ecosistémicos. Las áreas rurales españolas albergan ecosistemas tan diversos como:

  • la dehesa atlántica,
  • las estepas cerealistas de la Meseta,
  • los bosques de ribera,
  • las turberas de montaña, o
  • los encinares mediterráneos.

En cada uno de estos espacios, la interacción histórica entre el ser humano y el medio ha generado paisajes de excepcional valor ecológico, conformados por vías pecuarias, regaderas y pequeños cultivos que, en su conjunto, sostienen una gran riqueza de flora y fauna. Pero esa riqueza se encuentra amenazada por dos fenómenos complementarios: el abandono de prácticas tradicionales —pastoreo extensivo, siega manual de praderas, conservas artesanales— y la sobreexplotación de los recursos, como la extracción intensiva de agua para regadíos industriales o la contaminación agrícola del cauce de los ríos. Cuando se abandona una explotación familiar, la franja cultivada se convierte en matorral, se incrementa la densidad de matorrales inflamables y se reduce la heterogeneidad del paisaje. Esto no solo impulsa episodios de incendios de gran magnitud, sino que favorece el retroceso de especies emblemáticas como:

  • el lince ibérico,
  • la avutarda, o
  • el urogallo.

Por otra parte, al agujero que dejan las prácticas tradicionales se añaden proyectos de plantaciones forestales a gran escala (pinos, eucaliptos), orientadas a la industria maderera, que resultan atractivas por su rentabilidad a corto plazo, pero que suelen comprometer la calidad del suelo y el equilibrio hídrico. Desde la óptica de la sostenibilidad, la clave consiste en compatibilizar la conservación con la actividad productiva. El denominado manejo agroforestal, que consiste en combinar cultivos herbáceos o frutales con arbolado disperso, puede devolver a los paisajes rurales parte de la heterogeneidad perdida. De igual modo, el impulso de razas ganaderas autóctonas —capacidad de muchas de ellas para mantener dehesas y pastizales abiertos— ayuda a regenerar un hábitat donde prosperan innumerables insectos y aves. Asimismo, las políticas de fomento de corredores ecológicos, que conectan fragmentos de bosque o de matorral a través de pasillos verdes, han demostrado ser eficaces para facilitar la dispersión de mamíferos y anfibios, asumiendo que la envolvente territorial no es una masa amorfa, sino una constelación de microespacios interconectados. Por ello, al pensar en biodiversidad conviene recordar que los servicios ecosistémicos —polinización, retención de sedimentos, filtrado de aguas o secuestro de carbono— no se limitan al entorno local, sino que repercuten en la sociedad en su conjunto, celebrando el papel de las zonas rurales como “pulmón verde” y “colchón hídrico” para el conjunto de la península.

4. Ordenación del Uso del Suelo Orientada a la Agroecología

El cuarto reto está estrechamente vinculado al anterior y tiene que ver con cómo usamos el suelo en el medio rural. Durante décadas, las políticas agrarias han incentivado la expansión de las explotaciones y el aumento de la superficie cultivada, con el objetivo de maximizar la producción. Este modelo, centrado en la intensificación, ha tenido un coste elevado: suelos agotados, pérdida de materia orgánica, menor capacidad de retención de agua y una fuerte dependencia de fertilizantes y productos químicos. Frente a este modelo, la agroecología propone una alternativa más respetuosa con el entorno. Se trata de un enfoque que busca imitar los procesos naturales, favoreciendo la biodiversidad del suelo, aprovechando las sinergias entre cultivos y reduciendo al mínimo el impacto ambiental. Algunas de las prácticas más habituales incluyen:

  • la rotación de cultivos (por ejemplo, alternar leguminosas, cereales y cultivos de cobertura),
  • la integración de árboles y arbustos en los campos (agroforestería),
  • el uso de abonos orgánicos, y
  • la reducción del laboreo intensivo.

Estas técnicas no solo mejoran la salud del suelo a largo plazo, sino que también ayudan a retener agua, a prevenir la erosión y a hacer frente a fenómenos extremos como las sequías, cada vez más frecuentes en nuestro país. Sin embargo, su implantación no está exenta de dificultades. En muchos casos, los beneficios no se ven de inmediato: los primeros años pueden ser duros, con una bajada de la productividad que no todos los agricultores pueden permitirse. Además, la falta de formación específica o de asesoramiento técnico hace que algunos abandonen antes de ver resultados. Por eso, el papel de las administraciones públicas y de las cooperativas agrarias es fundamental. Hace falta una red de apoyo que ofrezca:

  • formación continua,
  • ayudas económicas durante la transición, y
  • servicios de acompañamiento técnico.

Solo así se podrá consolidar un modelo agroecológico que no sea una excepción, sino la norma. Un modelo en el que el suelo, el agua y la biodiversidad no se vean como recursos a explotar, sino como aliados imprescindibles para una agricultura verdaderamente sostenible.

5. Gobernanza Territorial e Infraestructuras Básicas

El último gran reto es mejorar la gobernanza territorial y garantizar infraestructuras básicas, tanto físicas como digitales. En España, la ordenación del territorio sufre una falta de coordinación entre administraciones —ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas— que gestionan competencias similares sin una estrategia común. Esto provoca solapamientos, vacíos de financiación y planes de desarrollo rural que muchas veces no se concretan. Para solucionarlo, es clave fomentar la cooperación interadministrativa, especialmente a través de mancomunidades que agrupen municipios para gestionar recursos, servicios y movilidad de forma conjunta. También es fundamental abrir espacios de participación real donde vecinos, colectivos agrarios y organizaciones ecologistas puedan intervenir en la toma de decisiones. En cuanto a infraestructuras, el problema no se limita a la falta de carreteras: muchas zonas carecen de transporte público regular, lo que dificulta el acceso a educación, empleo y servicios sanitarios. La conectividad digital también es deficiente en muchos puntos, con zonas sin cobertura móvil ni acceso fiable a internet, lo que limita el teletrabajo, los trámites administrativos y la telemedicina. Además, las infraestructuras sociales —escuelas, centros de salud, guarderías— están en retroceso: la falta de alumnado y profesionales lleva al cierre o funcionamiento intermitente de estos servicios, lo que obliga a las familias a desplazarse y dificulta la conciliación. Esta situación empuja a muchas parejas jóvenes a abandonar el medio rural. Por tanto, mejorar la gobernanza implica también rehabilitar edificios públicos para nuevos usos (formación, teletrabajo, atención médica) y promover modelos de servicios compartidos entre municipios, como la contratación conjunta de personal sanitario o el mantenimiento de aulas infantiles. Solo así se podrá garantizar una vida digna y conectada en el medio rural.

6. Conclusión sobre los Retos de Sostenibilidad

Los retos de sostenibilidad en el medio rural español están profundamente interrelacionados. La despoblación es el punto de partida: sin personas no hay comunidad ni posibilidad de desarrollo. La diversificación económica es clave para romper con el monocultivo y fortalecer la resiliencia local, siempre que se haga con criterios sostenibles. La conservación de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos debe integrarse en la planificación territorial, entendiendo el territorio como un sistema vivo donde cada elemento cumple una función esencial. La ordenación del suelo exige un cambio de modelo: de la intensificación a la agroecología, de la explotación a la regeneración. Y todo ello requiere una gobernanza eficaz, capaz de coordinar esfuerzos, canalizar recursos y garantizar servicios básicos. En definitiva, la sostenibilidad rural no consiste en volver al pasado, sino en aprender de él: combinar la sabiduría tradicional con la innovación tecnológica, y construir un futuro en el que los pueblos sean espacios vivos, con oportunidades reales, capaces de preservar su riqueza natural y cultural. Solo así podrán volver a latir con fuerza y ofrecer un horizonte atractivo a las generaciones que vienen.

Tipos de Espacios Rurales Según Fernando Molinero

Fernando Molinero clasifica los espacios rurales españoles a partir de dos criterios: la densidad de población y la dinámica demográfica. Esta doble perspectiva permite distinguir cuatro grandes tipos —rural profundo, rural estancado, rural intermedio y rural dinámico (incluyendo las cabeceras comarcales)—, cada uno con características propias que explican las desigualdades en servicios, oportunidades y perspectivas de futuro.

1. Rural Profundo

Se trata de municipios con densidades inferiores a 5 hab/km² y una regresión demográfica muy acusada. Predominan en zonas interiores y montañosas (como Soria, Teruel, Cuenca o Guadalajara), y aunque ocupan gran parte del territorio, concentran muy poca población. El envejecimiento es extremo, con más de 1.000 mayores de 65 años por cada 100 jóvenes, lo que implica una ausencia casi total de relevo generacional. Las escuelas están cerradas o con un solo alumno, los servicios médicos son muy limitados y los comercios desaparecen. La economía agraria tradicional se desmantela por falta de mano de obra, y los jóvenes emigran ante la falta de oportunidades. Además, el retroceso de servicios básicos como transporte, telecomunicaciones o atención social refuerza el aislamiento y la percepción de despoblación irreversible.

2. Rural Estancado

Con densidades entre 5 y 10 hab/km², estos municipios no presentan una regresión tan extrema, pero tampoco muestran signos de recuperación. Su saldo demográfico es negativo o apenas se mantiene gracias a trabajadores temporales que no se asientan. La economía sigue dependiendo de la agricultura y ganadería, que en muchos casos representan más del 50 % de los cotizantes, pero los bajos precios y la concentración del mercado dificultan la viabilidad de las pequeñas explotaciones. Aunque existen paisajes con potencial agroecológico (praderas, dehesas, viñedos), no se han desarrollado estrategias de diversificación ni transformación local. Los servicios son escasos: puede haber una escuela parcial, un consultorio ocasional y alguna tienda, pero la oferta cultural, sanitaria y de transporte es muy limitada. Esta precariedad empuja a las familias jóvenes a marcharse, consolidando una situación de estancamiento que puede derivar en abandono si no se actúa.

3. Rural Intermedio

Con densidades entre 10 y 25 hab/km², este grupo es más heterogéneo. Incluye municipios en regresión y otros que reciben inmigrantes o repobladores atraídos por el entorno y el bajo coste de la vivienda. Aunque aún existe presión demográfica, cuentan con infraestructuras mínimas que permiten cierto equilibrio: escuelas con varias aulas, consultorios con horarios regulares y acceso a internet o cobertura móvil que facilita el teletrabajo. La agricultura sigue siendo importante (más del 30 % de la fuerza laboral), pero empiezan a surgir pequeñas industrias agroalimentarias (queserías, aceiteras) y proyectos de turismo rural. Esta incipiente diversificación ayuda a frenar la pérdida de población, fomenta el empleo complementario y la creación de cooperativas. Sin embargo, muchos de estos proyectos dependen de subvenciones o voluntariado, lo que los hace frágiles. El rural intermedio es, por tanto, una zona de transición: puede avanzar hacia la recuperación con políticas adecuadas o caer en el estancamiento si se abandonan las condiciones que permiten retener población.

4. Rural Dinámico

El rural dinámico incluye municipios con densidades entre 25 y 50 hab/km², así como cabeceras comarcales que superan ese umbral, llegando en algunos casos a más de 100 hab/km². Esta categoría es la más diversa y se subdivide en cinco tipos principales:

4.1. Costero

Abarca la mayor parte del litoral, caracterizado por una fuerte estacionalidad. En verano, la población y el empleo aumentan por el turismo, generando presión sobre recursos como el agua. En invierno, la actividad disminuye notablemente, lo que exige una planificación flexible de servicios. A pesar de estas oscilaciones, el saldo demográfico ha sido positivo en la última década, especialmente en municipios con atractivo turístico, buena conexión urbana y tradición de segunda residencia. El empleo se concentra en servicios y construcción, con un modelo económico que requiere diversificación para reducir la dependencia estacional.

4.2. Áreas Periurbanas

Son municipios cercanos a grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Valencia, etc.) que crecen por la llegada de población que trabaja en la ciudad pero busca un entorno más tranquilo y asequible. Aunque conservan usos agrarios, sufren urbanización progresiva (chalés, polígonos logísticos), lo que los convierte en espacios híbridos entre lo rural y lo urbano. Disponen de buenas infraestructuras (carreteras, transporte público, banda ancha), pero enfrentan tensiones por la pérdida de suelo agrícola y la transformación de su identidad. Se consideran rurales dinámicos si mantienen usos agrarios y no superan los 100 hab/km² o los 30.000 habitantes.

4.3. Cabeceras Comarcales

Municipios de entre 30.000 y 50.000 habitantes que concentran servicios administrativos, sanitarios y educativos para su entorno. Aunque su densidad supera los 50 hab/km², conservan una base económica rural con industrias agroalimentarias y comercio local. Funcionan como polos de atracción para pueblos cercanos, con crecimiento demográfico estable gracias a la llegada de profesionales, técnicos y estudiantes. Su multifuncionalidad les permite ofrecer empleo en servicios, industria ligera y logística, actuando como nodos de conexión territorial.

4.4. Montaña Interior

Municipios de montaña con densidades medias que han revertido la despoblación gracias al turismo de naturaleza e invierno. Ejemplos como Ansó o Cerler han desarrollado alojamientos, balnearios y servicios para esquiadores, atrayendo población joven vinculada al turismo activo. Aunque el empleo es superior a la media rural, la estacionalidad y el clima extremo exigen estrategias de diversificación, como turismo cultural en temporada baja o actividades educativas para estabilizar la economía local.

4.5. Enclaves Privilegiados

Este subtipo incluye núcleos rurales con un valor singular ligado al patrimonio cultural, vitivinícola o termal, que han logrado crecimientos demográficos y económicos muy superiores a la media rural. Destacan las comarcas vinícolas con Denominación de Origen consolidada —como Ribera del Duero, La Mancha o Penedés— que combinan producción de vino de calidad con enoturismo, atrayendo visitantes mediante bodegas abiertas al público y ferias del vino. También sobresalen localidades como Albarracín o Pedraza, cuyo patrimonio histórico-artístico impulsa el turismo cultural y genera empleo en restauración, artesanía y alojamientos tradicionales. Por otro lado, municipios con aguas termales —como Caldes de Montbui o Alhama de Aragón— se han consolidado como destinos de turismo de salud, con balnearios activos todo el año. Aunque estos enclaves ocupan poca superficie, su capacidad de atracción les otorga densidades elevadas (a menudo superiores a 50 hab/km²) y un crecimiento demográfico sostenido. Su combinación de funciones agrarias, turísticas y culturales los convierte en auténticos “oasis” rurales, capaces de retener población joven y atraer inversión en servicios especializados. En conjunto, el rural dinámico representa aproximadamente el 25 % de los municipios rurales (unos 2.235), pero concentra más del 60 % del empleo rural. Sus densidades oscilan entre 25 y 100 hab/km², aunque en casos como el periurbano laxo o las cabeceras comarcales pueden superar los 100 hab/km², rebasando el umbral que la Comisión Europea establece para considerar un municipio como rural. En contraste, el rural intermedio, estancado y profundo ocupa más del 80 % del territorio, pero solo reúne el 40 % de la población rural, lo que evidencia una fuerte concentración de población y empleo en los núcleos más dinámicos.

5. Conclusión sobre las Tipologías Rurales

La clasificación de Molinero permite entender la dualidad interna del medio rural español y aplicar políticas diferenciadas. Mientras que el rural dinámico e intermedio pueden actuar como polos de atracción de población e inversión, el rural estancado y profundo requiere intervenciones urgentes centradas en:

  • Garantizar servicios esenciales (sanidad, educación, transporte) mediante modelos compartidos entre municipios.
  • Ofrecer incentivos fiscales y ayudas para rehabilitar viviendas vacías y facilitar el asentamiento de jóvenes agricultores o emprendedores.
  • Impulsar formación y asistencia técnica para la transición agroecológica en explotaciones familiares.
  • Fomentar redes de comercialización local y cooperativas que mejoren la viabilidad de pequeñas producciones.
  • Establecer incentivos específicos de repoblación (subvenciones al nacimiento, ayudas a la conciliación con enfoque de género, atención domiciliaria a mayores).

En los espacios rurales dinámicos, las estrategias deben centrarse en:

  • Consolidar la multifuncionalidad (agricultura, servicios, turismo, cultura) para reducir la dependencia de sectores estacionales.
  • Fortalecer infraestructuras digitales y de transporte para facilitar el teletrabajo y la conexión con mercados urbanos.
  • Regular el uso del suelo periurbano para evitar la especulación y proteger el suelo agrícola.
  • Promover la cooperación entre cabeceras comarcales y municipios vecinos para optimizar servicios especializados.
  • Proteger el patrimonio cultural y el paisaje en enclaves privilegiados, asegurando una oferta turística de calidad, auténtica y participativa.

Tema I: El Concepto y las Problemáticas de «Lo Rural»

1. Los Espacios Rurales y la Geografía Rural

1.1. El Concepto de «Lo Rural»: De la Dicotomía al Continuo Rural-Urbano

El concepto de “lo rural” ha evolucionado desde una visión dicotómica —campo frente a ciudad— hacia una concepción más compleja. Inicialmente, se definía por su relación con el campo, en contraposición al entorno urbano. Sorokin y Zimmermann (1929) caracterizaron los espacios rurales por su actividad agraria predominante, baja densidad de población, homogeneidad social y redes comunitarias cerradas. Sin embargo, desde mediados del siglo XX, la urbanización del campo (suburbanización) transformó estos espacios: el aumento de la renta, la mejora del transporte y el uso del automóvil generaron zonas de transición con funciones mixtas (agrarias, residenciales, recreativas). Johnston, Gregory y Smith (1981) propusieron el concepto de “continuo rural-urbano”, que describe un espectro de situaciones entre lo rural profundo y la gran metrópoli, incluyendo formas intermedias como el periurbano o el suburbio disperso. Organismos como el INE, la UE y la OCDE han adoptado clasificaciones cuantitativas para definir lo rural:

  • El INE distingue municipios rurales (<2.000 hab.), intermedios (2.000–10.000) y urbanos (>10.000).
  • La UE usa criterios de densidad (<15% del territorio con >100 hab./km² para áreas rurales).
  • La OCDE considera rurales las regiones donde más del 50% de la población vive en municipios con ≤150 hab./km².

Estas definiciones permiten captar mejor la diversidad interna del mundo rural.

1.2. Evolución de la Geografía Rural

La geografía rural ha pasado por varias etapas. Comenzó como geografía agrícola, centrada en la economía agraria y la localización de cultivos (modelo de von Thünen). Luego evolucionó hacia la geografía agraria, que incorporó aspectos territoriales como la propiedad y la innovación tecnológica. Más recientemente, se ha consolidado una geografía rural más amplia, que estudia todos los usos del territorio en áreas de baja densidad. Clout (1976) la definió como el análisis del uso social y económico del suelo y de las transformaciones espaciales del campo. Este enfoque incluye temas como migración, turismo rural, segundas residencias, multifuncionalidad agraria y planificación territorial. Entre sus principales líneas de investigación destacan:

  • la despoblación y su impacto en los servicios,
  • la influencia urbana en el medio rural,
  • las nuevas formas de ocio,
  • la modernización agrícola, y
  • las políticas públicas de desarrollo rural.

2. La Geografía Rural en España

2.1. Geografía Rural y Geografía Histórica

En España, el estudio de lo rural combina dos enfoques. La geografía rural aplicada estudia dinámicas actuales para orientar políticas territoriales. La geografía histórica rural estudia la evolución de los paisajes agrarios y la huella de las sociedades pasadas. Gil Olcina (1992) distingue entre una corriente genealógica —que conecta pasado y presente sin rupturas— y otra estrictamente histórica, centrada en procesos antiguos. Ambas perspectivas se complementan y enriquecen el estudio del medio rural.

2.2. Planificación Rural y Paisajes Agrarios

La ordenación del medio rural ha dado lugar a importantes estudios cartográficos. El Atlas de los paisajes de España (Mata Olmo & Sanz Herráiz, 2004) identifica 34 asociaciones de paisajes, 116 tipos y 1.263 unidades. El Atlas de la España Rural (Molinero et al., 2004) aborda desde factores físicos hasta políticas públicas. Molinero, Ojeda y Tort (2011) caracterizaron paisajes como los cerealistas, huertas intensivas, viticultura mediterránea, dehesas y zonas de montaña. El Atlas de los paisajes agrarios de España (Molinero, 2013) clasificó dominios ecológicos (Atlántico, Mediterráneo, Subtropical canario) y definió categorías, clases y unidades arquetípicas. Estos trabajos son fundamentales para el diagnóstico territorial, la zonificación y el diseño de estrategias de desarrollo rural, contribuyendo a conservar el patrimonio agrario y fortalecer la cohesión socioeconómica del medio rural.

3. Los Espacios Rurales como Dialéctica Histórica

El espacio rural no puede entenderse solo desde lo natural o lo cultural, sino como el resultado de una interacción histórica entre ambos. Según R. Mata Olmo (1997), cada paisaje rural es una construcción histórica donde confluyen factores biofísicos (relieve, clima, suelo) y elementos culturales, sociales y tecnológicos. Esta relación ha dado forma a la tenencia de la tierra, los sistemas de trabajo, los asentamientos y los usos del suelo, haciendo del paisaje rural un producto activo de esa interacción. España es un ejemplo claro de esta dialéctica. Su diversidad física ha originado una gran variedad de paisajes agrarios —desde vegas irrigadas hasta secanos cerealistas o sistemas agrosilvopastoriles—, que han sido modelados históricamente por las comunidades campesinas según sus tecnologías, necesidades y estructuras políticas.

3.1. Factores Físicos y sus Condicionantes

El relieve es el primer condicionante del espacio rural, ya que determina accesibilidad, drenaje, exposición solar, cultivos y asentamientos. España presenta una compleja estructura morfoestructural:

  • Unidades externas:
    • Pirineos: barrera montañosa con zonas prepirenaicas aptas para la agroganadería.
    • Béticas: subdivididas en Penibética, Subbética y Surco Intrabético, con mosaicos de cultivos y usos forestales.
    • Depresiones del Ebro y Guadalquivir: zonas agrícolas históricas como el Somontano o la Campiña andaluza.
    • Sistema Costero-Catalán: alternancia de cordilleras y depresiones, favorable a la horticultura y arboricultura.
  • Unidades internas:
    • Bordes de la Meseta (Cantábrica, Ibérico, Sierra Morena), sistemas interiores (Galaico-Leonés, Central) y la propia Meseta (norte y sur), donde predominan los secanos y baja densidad rural.

En Canarias, el relieve volcánico condiciona la agricultura: las islas altas permiten cultivos escalonados, mientras que las más áridas han desarrollado técnicas intensivas de captación de agua. Otros factores físicos clave son:

  • Litología:
    • Silíceo: suelos pobres, aptos para ganadería o forestación.
    • Calizo: suelos profundos, favorables para cereales y viñedos.
    • Arcilloso: fértil pero con riesgo de encharcamiento, ideal para regadío.
    • Volcánico: muy productivo pero frágil (especialmente en Canarias).
  • Clima:
    • Atlántico: lluvioso y templado, favorece sistemas agroganaderos mixtos.
    • Mediterráneo: seco y estacional, propicio para olivar, viñedo, almendro y regadíos localizados.
    • Subtropical canario: ideal para cultivos tropicales y agricultura de exportación.

3.2. Factores Humanos y sus Capacidades

Los factores humanos actúan como transformadores del medio y constructores culturales del paisaje. Siguiendo a Carl Sauer, el paisaje rural es el resultado de una acción humana prolongada que deja huella material: casas, campos, terrazas, caminos, acequias, etc., son productos culturales que reflejan adaptación, innovación y simbolización. Los sistemas de asentamiento —dispersos en el norte, concentrados en el sur— responden tanto a condiciones ambientales como a modelos históricos de propiedad y trabajo. Elementos como monasterios, dehesas o huertas irrigadas derivan de decisiones políticas, tecnológicas y económicas en contextos históricos concretos. Transformaciones como la Revolución Agraria Moderna, los regadíos del franquismo, la mecanización o la PAC han modificado profundamente el espacio rural, a menudo más que el propio medio físico. Sauer también subraya la importancia de una lectura histórica del paisaje: no basta con observar su forma actual, sino que es necesario entender su génesis y evolución cultural. Esta perspectiva explica la persistencia de prácticas como la trashumancia, los bancales o los sistemas de riego comunales, incluso cuando su rentabilidad económica es baja. En resumen, el espacio rural es una construcción histórica y cultural, un palimpsesto donde se superponen capas ecológicas, sociales, técnicas y simbólicas. La geografía rural debe ir más allá de la descripción física o del uso del suelo: debe ser una lectura crítica de la interacción entre naturaleza, historia y sociedad.

Tema II: Formación y Organización de los Espacios Rurales Tradicionales

1. El Proceso de Repoblación y Señorialización Medieval

Entre los siglos VIII y XIII, la repoblación transformó el espacio rural peninsular, combinando estrategias militares, sociales y económicas en el contexto de la Reconquista. Este proceso sentó las bases del sistema feudal y de la organización territorial rural.

1.1. Fases y Formas de la Repoblación

  • Repoblación hacia el norte (siglos VIII–IX): Desde el núcleo asturiano, Alfonso I impulsó expediciones que vaciaron el valle del Duero de presencia musulmana y trasladaron poblaciones mozárabes al norte. Esta fase inicial tuvo fines defensivos, demográficos y culturales.
  • Repoblación hacia el sur (siglos IX–XIII): Se desarrolló en cuatro fases:
    • Monacal y privada (siglos IX–X): monasterios y nobles ocuparon tierras vírgenes (pressura), organizando aldeas en torno a iglesias.
    • Concejil (siglos XI–XII): el poder real otorgó fueros y cartas-puebla para fundar villas con autogobierno local.
    • Órdenes militares (siglos XII–XIII): tras conquistar el sur, las órdenes religiosas organizaron aldeas fortificadas y sistemas de irrigación.
    • Nobiliaria y mixta (siglo XIII): en el Guadalquivir y el Mediterráneo, se repartieron tierras entre nobles, generando paisajes contrastados con latifundios, huertas y cortijos.

1.2. Sociedad Rural Hispanocristiana

La repoblación consolidó una nueva estructura social y espacial:

  • Sociedades preexistentes (siglos VII–VIII): Existían villas romanas, aldeas dispersas y comunidades de valle.
  • Formación de la sociedad hispanocristiana (siglos VIII–XI):
    • Siglos VIII–IX: aldeas organizadas en torno a parroquias y tierras comunales.
    • Siglo X: surgieron diferencias sociales entre campesinos.
    • Siglo XI: comenzó la señorialización, con campesinos ligados a señoríos a cambio de protección.
  • Expansión feudal (siglos XII–XIII): Se consolidó la dualidad señores–campesinos. Los señores ejercían poder jurisdiccional y económico; los campesinos pagaban rentas por el uso de tierras. Se desarrollaron instituciones locales como concejos, parroquias y señoríos.
  • Crisis y consolidación bajomedieval (siglos XIV–XV): Epidemias y guerras provocaron despoblación y reorganización territorial. En el siglo XV, el sistema señorial se afianzó, aunque surgió un mercado agrario incipiente vinculado a centros urbanos.

2. El Modelo de las Comunidades de Aldea

2.1. La Aldea y su Organización Espacial

La aldea era la unidad básica del poblamiento rural, con un núcleo compacto de viviendas y un entorno organizado en función de su uso:

  • El terrazgo (según D.J. Sánchez Zurro, 1987):
    • Huertas y cortinas: pequeñas parcelas cercanas al caserío, intensamente cultivadas.
    • Tierras de labor: campos de cereal de secano, organizados en rotación bienal.
    • Viñedos y olivares: parcelas diferenciadas por su plantación arbórea y drenaje.
    • Prados: zonas de siega y pasto para forraje y descanso del suelo.
  • El monte:
    • Monte alto: bosques de robles, encinas y pinos, fuente de madera y pasto.
    • Monte bajo: matorrales usados para pastoreo y leña.
    • Pastizales: comunales o de señorío, esenciales para la ganadería trashumante.

Esta estructura radial, con terrazgo cercano y coronas de monte y baldíos, garantizaba autosuficiencia y diversificación de recursos, adaptándose a las variaciones productivas.

2.2. Actividad Agropastoril Extensiva (y de Secano)

Las comunidades de aldea desarrollaban una economía mixta basada en la agricultura de secano y la ganadería extensiva. La agricultura seguía un sistema de rotación bienal conocido como “año y vez”, que estructuraba el calendario agrícola en tres fases: la cosecha de cereales (trigo, cebada, centeno) entre otoño y primavera; el aprovechamiento del rastrojo por el ganado durante el verano; y el barbecho, que permitía a la tierra recuperarse antes de una nueva siembra. La ganadería extensiva se organizaba en tres modalidades: el pastoreo trashumante, con desplazamientos estacionales de rebaños —principalmente ovinos— entre los pastos de montaña en verano y las dehesas del sur en invierno; el pastoreo transterminante, con movimientos más cortos entre zonas altas y valles; y el pastoreo estante, que mantenía al ganado cerca de la aldea durante buena parte del año. Ambas actividades se integraban en la “derrota de mieses”, cuando los rebaños recorrían los campos tras la siega, fertilizando el suelo con sus excrementos y cerrando así el ciclo productivo.

2.3. Comunidades Campesinas y Régimen de Rentas

Aunque la explotación de la tierra era mayoritariamente comunitaria, la mayoría de las aldeas estaban sometidas al pago de rentas a señores laicos o eclesiásticos. Estas rentas podían consistir en productos naturales (grano, aceite, lana), prestaciones personales (trabajo obligatorio) o derechos sobre recursos comunales (leña, productos del monte, uso de molinos y hornos). Esta presión fiscal fortalecía la cohesión interna de las comunidades campesinas, que se organizaban en concejos abiertos para repartir tareas, vigilar los montes y defender los bienes comunes. Además, desarrollaban actividades complementarias como la producción de sal, el prensado de vino o el tejido artesanal, con el fin de diversificar ingresos y reducir la dependencia de las rentas señoriales.

3. Variantes Regionales del Modelo de Aldea

El modelo general de comunidad de aldea se adaptó a las condiciones locales de relieve, clima, historia y estructura de propiedad, dando lugar a una gran diversidad de paisajes agrarios:

  • Aldea dispersa atlántica: núcleos aislados con caseríos entre montes y praderas, predominio del minifundio y pastoreo comunal.
  • Serranías interiores: pueblos compactos con aldeas satélite, combinando secano y ganadería de montaña.
  • Masías del noreste: grandes explotaciones familiares en Cataluña y Aragón, dedicadas a cereal y viñedo, con viviendas aisladas.
  • Tierras acortijadas del Guadalquivir: latifundios olivareros y cortijos señoriales, con mano de obra dependiente y cultivo continuo.
  • Dehesas del occidente peninsular: sistema agrosilvopastoril basado en encinas y alcornoques, con estructura comunal.
  • Regadíos mediterráneos: huertas tradicionales como las de Valencia o Granada, con técnicas de riego por elevación (norias, cigüeñales) y sistemas de captación y derivación (qanats, azudes).
  • Regadíos canarios: sistemas adaptados al relieve volcánico, con galerías, terrazas escalonadas y canales de piedra para cultivos subtropicales.

Cada una de estas variantes refleja una combinación única de condiciones físicas, tecnología preindustrial y relaciones de poder, generando una rica tipología de paisajes rurales que aún hoy se perciben en la toponimia y en la estructura del territorio.

El Reformismo Ilustrado y sus Límites

1. El Reformismo Ilustrado y sus Límites

Durante el siglo XVIII, el reformismo agrario español se enmarcó en el proyecto ilustrado de modernización del Antiguo Régimen. Su objetivo era adaptar las estructuras productivas y fiscales a las nuevas ideas económicas, pero fracasó en gran medida debido a la falta de conocimiento del medio rural, la rigidez institucional y la oposición de los grupos privilegiados.

1.1. Los Arbitristas Agraristas: Antecedentes Intelectuales

Desde finales de la Edad Media surgieron los primeros “arbitristas”, pensadores que proponían soluciones económicas para mejorar el país. En el ámbito agrario, defendían la creación de un campesinado medio, capaz de generar excedentes y estabilidad social. Propusieron repartir pequeñas parcelas, reducir cargas señoriales y mejorar las técnicas agrícolas. Aunque sus propuestas no se aplicaron de forma efectiva, sentaron las bases del pensamiento reformista ilustrado.

1.2. La Política Agraria Ilustrada: El Expediente de Ley Agraria

El núcleo del reformismo se plasmó en el Expediente de Ley Agraria de Jovellanos (1795), que proponía:

  • Liberalizar el comercio de granos, eliminando trabas al mercado interior y permitiendo la exportación de excedentes.
  • Repartir tierras comunales y baldíos entre pequeños agricultores, promoviendo la propiedad privada y congelando los arrendamientos para evitar abusos.
  • Suprimir los privilegios de la Mesta, acusada de obstaculizar la agricultura y monopolizar caminos.
  • Introducir mejoras técnicas, como cerramientos, nuevas semillas, herramientas y rotaciones más eficientes, además de fomentar la enseñanza agronómica.

Sin embargo, estas propuestas se enfrentaron a una administración ineficaz, con funcionarios mal preparados, y a una falta de participación de campesinos y propietarios, lo que dificultó su aplicación. Jovellanos denunció la falta de apoyo político y la desconexión entre Madrid y las provincias.

1.3. Colonización Interior e Infraestructuras

La Corona impulsó también medidas prácticas para revitalizar el campo:

  • Colonización interior, con iniciativas como Pías Fundaciones, gestionadas por instituciones religiosas.
  • Nuevas Poblaciones de Sierra Morena (1767–1773), promovidas por Floridablanca para repoblar zonas despobladas y frenar el bandolerismo.
  • Poblaciones de Andalucía, donde se ofrecían tierras y exenciones fiscales a nuevos colonos.
  • Infraestructuras de transporte, como:
    • Caminos reales (Guadarrama, Reinosa), que conectaban zonas rurales con centros administrativos y comerciales.
    • Canales de navegación interior, como los de Murcia, Guadarrama, el Canal Imperial de Aragón y el Canal de Castilla, que buscaban facilitar el transporte de grano y mercancías desde el interior hacia los puertos.

Estas obras fueron más viables técnicamente que las reformas legales, pero su impacto fue limitado por los altos costes y la falta de mantenimiento.

1.4. Iniciativas Protoindustriales en el Medio Rural

El reformismo ilustrado también impulsó los primeros ensayos industriales vinculados al campo:

  • Juan Fernández de Isla promovió fábricas de tejidos y molinos de aceite, integrando producción agrícola y manufactura.
  • Antonio Raimundo Ibáñez, Marqués de Sargadelos, fundó en Galicia un complejo siderúrgico que combinaba metalurgia con el uso de recursos forestales locales.

Aunque innovadoras, estas experiencias se vieron frenadas por la debilidad del mercado interno y la resistencia de las élites rurales, por lo que muchas quedaron como proyectos piloto sin continuidad.

La Reforma Agraria Liberal y la Reforma Técnica

2.1. Revolución Burguesa y Reforma Agraria Liberal

Con la llegada del régimen liberal en el siglo XIX, se aplicaron al campo los principios de propiedad privada y libre mercado. Las leyes de desamortización de Mendizábal (1836) y Madoz (1855) expropiaron y subastaron bienes de la Iglesia y de los ayuntamientos. Aunque se pretendía crear una clase de pequeños propietarios, en la práctica muchas tierras fueron adquiridas por inversores urbanos con mayor capacidad económica. Además, se abolió el régimen señorial, eliminando los censos perpetuos y los privilegios nobiliarios sobre tierras y vasallos. Aunque los campesinos recuperaron cierta libertad personal, no siempre accedieron a las tierras que trabajaban. También se suprimieron los privilegios ganaderos, como los de la Mesta, y se disolvieron los órganos comunales que gestionaban terrazgos, pastos y huertas, reorganizando así la titularidad y explotación de estos espacios bajo las nuevas leyes de propiedad privada.

2.2. La Reforma Técnica

Paralelamente a la liberalización de la propiedad, se impulsó la modernización de la producción agraria a través de dos grandes líneas: la colonización interior y la política hidráulica. En cuanto a la colonización, se aprobaron leyes como:

  • la Ley de Colonias Agrícolas (1855–1868) y
  • la Ley de Colonización y Repoblación Interior (1907), que dieron lugar a la creación de la Junta Central de Colonización (1907–1926), encargada de planificar nuevos asentamientos con infraestructuras y servicios.

Bajo la dictadura de Primo de Rivera, la Junta de Acción Social Agraria (1926–1930) incorporó ayudas sociales para los colonos. Más adelante, la II República impulsó una política de colonización integral (1931–1936), que incluía vivienda, escuelas y sanidad en los nuevos núcleos agrarios. En paralelo, se desarrolló una ambiciosa política hidráulica. La Ley de Aguas (1879) y la Ley de Regadíos (1883) establecieron el marco legal para el uso del agua. El Plan Nacional de Aprovechamientos Hidráulicos (1902) fue el primer intento de planificación de presas y canales. En 1926 se crearon las Confederaciones Hidrográficas para gestionar el agua por cuencas, y en 1933 el Plan Nacional de Obras Hidráulicas combinó nuevas infraestructuras con planes de colonización.

2.3. Reforma Agraria Republicana

La II República convirtió la reforma agraria en una prioridad política. En 1932 se creó el Instituto de Reforma Agraria (IRA), que inició la expropiación de latifundios improductivos para repartirlos entre campesinos sin tierra. Sin embargo, la lentitud administrativa, la escasez de recursos y la fuerte oposición de los grandes propietarios limitaron su aplicación efectiva antes del estallido de la Guerra Civil.

Primeras Transformaciones Agrarias en España

3.1. Ampliación de Mercados y Mejoras en el Transporte

El crecimiento urbano e industrial generó una mayor demanda de alimentos frescos y materias primas como algodón, remolacha o aceites. El ferrocarril redujo los tiempos y costes de transporte, facilitando el acceso de productos agrícolas a los puertos y ciudades. Además, el Plan de Caminos de 1926 impulsó una red de carreteras nacionales que mejoró la conexión entre pueblos y mercados.

3.2. Intensificación de los Cultivos de Secano

Se introdujeron innovaciones técnicas como el uso de abonos químicos (nitratos y fosfatos) y maquinaria agrícola (sembradoras, trilladoras, arados de vertedera). También se adoptaron nuevas rotaciones: el barbecho semillado, que incorporaba leguminosas para fijar nitrógeno y alimentar al ganado, y el sistema trienal o de dos tercios, que reducía el tiempo de descanso del suelo y aumentaba la superficie cultivada.

3.3. Expansión y Modernización del Regadío

Se amplió la superficie regada mediante la construcción de presas y canales, y se mejoraron las técnicas de riego con acequias más precisas y sistemas rudimentarios de riego por pulsos. Los cultivos se orientaron cada vez más al mercado, destacando las hortalizas de ciclo corto, frutas subtropicales y cultivos industriales como la remolacha y el algodón.

3.4. Reorientación Ganadera y Estabulación

Comenzaron a surgir las primeras granjas industriales con establos fijos y producción continua. Se introdujeron nuevas razas para mejorar la producción de leche y carne. En la España atlántica, se desarrollaron explotaciones lácteas mecanizadas, con uso de forrajes conservados y vínculos con industrias de queso y mantequilla.

Del Primer Franquismo al Desarrollismo en el Campo Español

4.1. Contrarreforma Agraria y Política Agraria de Posguerra

Tras la Guerra Civil, el régimen franquista impulsó una contrarreforma agraria basada en la llamada “ideología de la soberanía del campesinado”, una visión idealizada del mundo rural como depositario de las virtudes nacionales. Esta retórica, sin embargo, ocultaba profundas desigualdades y no evitó el retroceso productivo de la posguerra, marcado por el aislamiento internacional, la escasez de insumos como fertilizantes y la rigidez de los precios agrícolas. A finales de los años cincuenta, la política agraria dio un giro hacia la modernización técnica y productiva. Se promovió la mecanización, el uso de fertilizantes químicos y una tímida apertura del mercado nacional, con el objetivo de recuperar la productividad y adaptar el campo a las nuevas exigencias económicas.

4.2. El Instituto Nacional de Colonización (INC)

En este contexto, se aprobaron dos leyes clave: la Ley de Expropiación Forzosa de Fincas Rústicas (1946) y la Ley de Colonización y Distribución de la Propiedad en Zonas Regables (1949). Ambas dieron lugar a la creación del Instituto Nacional de Colonización (INC), cuya misión era reorganizar la propiedad y mejorar la productividad en zonas irrigables. El INC tenía la capacidad de expropiar fincas consideradas improductivas según criterios técnicos, y de planificar nuevos poblados agrícolas. Estos núcleos concentraban a los colonos en viviendas estandarizadas, con servicios comunitarios y parcelas de entre 10 y 20 hectáreas. Un ejemplo destacado fue la transformación de la zona de Guadalcacín (Cádiz), donde el INC rediseñó completamente el paisaje agrario y la estructura social.

4.3. Desarrollismo, Éxodo Rural y Ordenación del Territorio

Con el Plan de Estabilización (1959–1961) y el Informe del Banco Mundial (1962), España adoptó una estrategia desarrollista que apostaba por la industrialización y la modernización agrícola como vía para liberar mano de obra hacia el sector secundario. El objetivo era reducir costes de producción en el campo y trasladar el excedente de trabajadores a la industria. Los Planes de Desarrollo (1964–1975) canalizaron inversiones en infraestructuras, formación agraria y servicios técnicos. Como consecuencia, se produjo un éxodo rural masivo: la población activa agraria disminuyó, las explotaciones se concentraron, los jornaleros fueron sustituidos por maquinaria y, aunque los salarios nominales aumentaron, muchas zonas rurales sufrieron despoblamiento y envejecimiento. Para mitigar estos desequilibrios, se crearon organismos de ordenación rural como el IRYDA (Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario), que financió innovaciones tecnológicas en mecanización, semillas, fertilización y sanidad vegetal y animal. También se impulsó el Servicio de Concentración Parcelaria, que buscaba unificar parcelas dispersas para optimizar la explotación agrícola y facilitar el trabajo mecanizado.

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