La Europa del siglo XVII se enfrentó a diversos desafíos económicos y sociales, lo que propició la aparición de varios modelos agrarios que respondieron de manera distinta a estas circunstancias.
Modelos Agrarios en Europa durante el Siglo XVII
Europa Oriental y Mediterránea: Resistencia y Empobrecimiento
Una de las zonas afectadas fue la que abarca la Europa oriental y mediterránea. Aquí, la respuesta a los retos no fue muy exitosa y no implicó la aplicación de medidas novedosas. Predominaba un modelo de propiedad de la tierra que concentraba la posesión en pocas manos, normalmente pertenecientes a la nobleza y el clero. La crisis trajo consigo un enorme empobrecimiento del campesinado, un abandono del campo y una mayor concentración de la propiedad en manos de quienes ya poseían grandes extensiones de tierra. La agricultura salió del siglo XVII bastante deteriorada, y en el caso de España, se produjo un abandono del campo que afectó a las dos Castillas y tuvo una influencia directa en la pérdida de población. La periferia solo consiguió remontar la dificultad agraria de la centuria, en parte, por la extensión de los cultivos de vid y olivo, y los nuevos cultivos alternativos al cereal, como el maíz, traído desde América. Esto fue una vía para evitar los efectos de la crisis del cereal y, además, mejoró la alimentación.
Europa del Norte y Occidental: Innovación y Capitalización
En contraste, la Europa del norte y occidental era una zona más densamente poblada, con un peso significativo de las ciudades y un mayor desarrollo. Esta región contaba con una burguesía comercial que, en el siglo XVII, se preocupó por invertir en la tierra, viendo esta inversión como un medio para asegurar la rentabilidad de su dinero ante la inestabilidad del periodo. Se desarrolló una agricultura intensiva que convivió con la extensiva del cereal. La estructura de la propiedad era más favorable para el campesinado, ya que pervivió una mediana propiedad que proporcionaba una situación económica con más medios para sobrevivir a las crisis. Además, el mediano campesino no llegó a los niveles de empobrecimiento del pequeño propietario o arrendatario, por lo que las consecuencias de las crisis agrarias no tuvieron un impacto tan severo. En estos países se encontraron nuevas vías para los problemas agrícolas. En esa búsqueda, dos estados destacaron sobre el resto: Países Bajos e Inglaterra.
Los Países Bajos: Comercio y Especialización Agrícola
En los Países Bajos, el desarrollo se vio impulsado por la necesidad de aprovechar las oportunidades del comercio para los productos agrarios y por el protagonismo creciente de la burguesía. La agricultura se volvió más capitalizada, con más recursos monetarios que la agricultura del resto del continente, gracias a las inversiones del mundo de la manufactura y del comercio. La agricultura se articuló en torno a dos modelos de propiedad enormemente rentables:
- Grandes fincas explotadas con cría de ganado que producían leche y carne.
- Pequeñas explotaciones intensivas de regadío dedicadas a la producción de alimentos hortícolas y de cultivos especializados que tenían una gran demanda en las ciudades y, además, alcanzaban un precio más elevado que el del cereal.
Tanto en un caso como en el otro, la producción de las pequeñas y grandes propiedades estuvo inserta en los circuitos comerciales, generando excedentes para vender en el mercado. Esto supuso una fuente de riqueza para la agricultura. En el último cuarto de siglo, la agricultura de los Países Bajos se vio frenada, pero no del mismo modo que en la Europa oriental.
Inglaterra: La Revolución Agraria y el Capitalismo Rural
La otra monarquía que experimentó un gran momento de cambio agrícola fue Inglaterra. Fue protagonista de una transformación tan decisiva que se le dio el nombre de Revolución Agraria. Estos cambios se convirtieron en puntos de referencia para otros países. En esta transformación decisiva, jugaron un papel fundamental los acontecimientos de las dos guerras civiles de mediados de siglo, que culminaron con la ejecución del primer monarca absoluto en Europa: Jacobo I. Esto llevó a Inglaterra a vivir su única experiencia republicana con Cromwell. Fueron momentos de crisis política y social, donde se debatieron ideas como la igualdad y se planteó la necesidad de reformas agrarias. De este periodo son también las Actas de Navegación.
Los grandes propietarios de tierra, como la nobleza, aprovecharon para apropiarse de una serie de tierras comunales que hasta entonces pertenecían a los ayuntamientos, pero que explotaban los nobles. También aprovecharon para producir un cambio en el paisaje agrícola: se empezó a cercar la tierra no solo para delimitar el territorio, sino también para mejorar la producción. La nobleza inglesa abordó en este periodo un proceso de readaptación de los arrendamientos para ajustarlos a las nuevas circunstancias y asegurar los rendimientos de las propiedades. Desde el gobierno se protegió la actividad de los grandes propietarios y se intentó proteger a los campesinos anulando una serie de derechos y abusos sobre ellos.
Estos cambios produjeron una estructura agraria nueva basada en las grandes fincas que pertenecían a la nobleza y a la Gentry (grupo social que nació en el siglo XVI por el desarrollo del comercio, que adquirió poder y trató de vincularse a la nobleza), así como a algunos burgueses. Estas grandes fincas se mostraron enormemente rentables y se entregaban en arrendamiento a particulares que contrataban a campesinos para trabajarlas. Dada esta situación, era imprescindible obtener rendimientos elevados mejorando la productividad. Es evidente que las grandes propiedades explotadas por arrendadores particulares entraron en un capitalismo agrario. La tierra ya no se poseía por su significación social; mientras que en la mayor parte de Europa en el periodo moderno la tierra era un bien social por encima del bien económico, en el siglo XVII su valor social redujo su importancia frente al valor económico. Esto significó la desaparición del pequeño campesino, que no podía competir con las grandes propiedades. Este proceso fue positivo porque se supuso que liberaba mano de obra para trabajar en otros sectores económicos, constituyendo la fuerza laboral que necesitaría la manufactura para desarrollarse.
No solo las guerras inglesas impulsaron un cambio en la agricultura; además, se produjo una transformación en el modelo de producción en busca de una mayor rentabilidad. Para ello, se llevó a cabo una redistribución de los cultivos agrarios. Ya no era necesario producir cereal en todas partes porque se comerciaba con él, por lo que se readaptaron las zonas de cultivo. Solo se cultivaba en las zonas de suelos blandos que aseguraban un gran rendimiento. En las zonas de montaña de suelos duros, el cereal desapareció y fue sustituido por el ganado. Se optó por extender la producción de cereal para mantener los precios, permitiendo la salida de cereal al exterior para que el excedente no llegara a bajar los precios. Por lo tanto, cuando subía el precio, los ingresos de los campesinos ingleses aumentaban más que los del resto de Europa.
En los siglos XVII y XVIII, se produjeron cambios tecnológicos impulsados por los nobles propietarios de la tierra, quienes vieron en los avances tecnológicos un medio para aumentar la productividad:
- Arados más profundos.
- Uso de la rotación de cultivos que sustituyó al barbecho, alternando el cereal con las plantas forrajeras que alimentaban al ganado y regeneraban la tierra.
- Extensión de la selección de semillas para mejorar los rendimientos.
- Utilización del abono del ganado.
En el siglo XVIII, aparecieron otros ingenios.