La Demografía Española en el Siglo XIX: Crecimiento y Estructura
Un Crecimiento Poblacional Lento y Vulnerable
El número de españoles ascendió desde 16 a 18 millones, aproximadamente, durante este período, sin que el régimen de crecimiento experimentara un cambio importante hasta la llegada del siglo XX. Esto quiere decir que el número de nacimientos y el número de muertes eran altos y, por tanto, el crecimiento se caracterizaba por su lentitud.
La Estructura Económica y la Esperanza de Vida
Hay que tener en cuenta que algunas incidencias sanitarias (como la epidemia de cólera o el hambre provocado por una mala cosecha) podían tener consecuencias catastróficas. Otro rasgo significativo consistía en que la esperanza de vida era muy baja. La población dedicada a la agricultura se mantuvo en torno al 65 % durante todo el siglo XIX, mientras que el porcentaje dedicado a la industria se situó tan solo en torno al 18-20 %.
Movilidad Poblacional: Urbanización y Migraciones
El Auge de la Urbanización y sus Consecuencias
Los cambios más importantes que se pueden apreciar en este momento respecto a la demografía residen no tanto en los datos relativos a nacimientos o muertes, como en la movilidad. El primer rasgo patente de la población española de la época se refiere al creciente grado de urbanización. Sin embargo, se trata de un fenómeno de carácter general que empezó a cambiar la vida española de una manera muy lenta. La mayor facilidad en los desplazamientos —no solo se había producido la ampliación de la red ferroviaria, sino también un extraordinario abaratamiento del transporte— había tenido como consecuencia la inmigración del campo a la ciudad. A causa de ello, las ciudades necesitaron nuevos planes urbanísticos, pronto facilitados por la Ley de Expropiación Forzosa de 1879 y, más adelante, a finales del siglo XIX, por las leyes especiales de Madrid y Barcelona.
La Emigración Exterior: Destino América y Norte de África
De todos modos, el desplazamiento de la población rural no solo se produjo hacia las ciudades, sino que también tuvo lugar hacia la América española. Durante el último cuarto del siglo, la población española creció despacio: se pasó de un total de 16,6 millones de habitantes en el censo de 1877 a 18,6 en 1900. Ese lento crecimiento se debía al mantenimiento de altas tasas de mortalidad. Las malas condiciones higiénicas y sanitarias, las epidemias y enfermedades infecciosas, y la persistencia de las crisis de subsistencia en determinadas regiones explican la elevada mortandad.
Dos fenómenos destacan, sin embargo, en la evolución demográfica de este período:
- La migración interior hacia las ciudades.
- La emigración exterior hacia Latinoamérica y el Norte de África.
En los años ochenta se produjo una aceleración clara del proceso de emigración hacia las grandes ciudades, motivado por las expectativas de empleo que generaba el crecimiento industrial y de los servicios. Las grandes ciudades españolas crecieron aceleradamente. También se confirmó el proceso ya iniciado en la década anterior de migración hacia el exterior. Ahora fueron varios cientos de miles los emigrantes, casi todos ellos jornaleros que buscaban en el exterior el empleo continuado que no podían lograr en España. Los gobiernos asistieron a ese proceso migratorio sin intentar detenerlo, conscientes de la incapacidad del país para dar trabajo y alimento a sus excedentes de población. La emigración se hizo aún más masiva en los años noventa y a comienzos del siglo XX, dirigiéndose sobre todo hacia Latinoamérica y, dentro del continente, hacia Argentina.
Transformaciones Sociales y Condiciones de Vida
La Sociedad de la Restauración: Contrastes y Desigualdades
El crecimiento urbano trajo consigo problemas graves, como la falta de viviendas y el hacinamiento en suburbios sin infraestructuras ni servicios. Las ciudades polarizaron así poco a poco la vida social, de forma que, aunque España siguió siendo un país agrario, la vida urbana influyó cada vez más en la mentalidad colectiva y fue concentrando el interés nacional.
La sociedad española de la Restauración se caracterizó por la agudización de los contrastes sociales, al acentuarse aún más las desigualdades que separaban a las clases altas del resto del país. La composición y características de estas últimas eran básicamente las mismas, si cabe aún más cohesionadas y distantes de las clases populares, que continuaban empobrecidas y marginadas de la vida política y social, tanto en la ciudad como en el campo. Este proceso diferenciador puede observarse también en las clases medias, cuyos empleos, forma de vida y nivel económico comenzaban a marcarse, a finales de siglo, con mayor claridad. Los trabajadores de cuello blanco —profesores, abogados, médicos— se alejaban igualmente tanto de los grandes magnates de la clase dirigente como de las clases populares, formadas por campesinos, obreros industriales, artesanos, parados y todo un mundo de población marginal, que vivía en la miseria y que era muy difícil de clasificar. La sociedad de fin de siglo era ya una sociedad claramente estructurada.
Las Clases Populares: Desafíos y Miseria Urbana
El análisis de las condiciones de vida de las clases populares de la época coincide en describir un cuadro desolador: barrios caóticos, formados por barracas, viviendas o chabolas muy pequeñas, en las que se hacinaban familias enteras, sin higiene, intimidad alguna ni servicios urbanos (agua y luz). Con ingresos muy precarios, vivían con enfermedades y sin ninguna asistencia social ni recurso económico en caso de despido o de incapacidad laboral. Los hijos no podían asistir a la escuela, porque en muchos casos trabajaban doce o catorce horas diarias. La delincuencia, la mendicidad o el alcoholismo eran a menudo las alternativas a la falta de trabajo, plagas sociales que aumentaban conforme acudían nuevas remesas de inmigrantes.